domingo, 27 de diciembre de 2009

Biblioteca Popular Carlos Mastronardi -Gualeguay-Argentina

Con alegría recibo muy temprano hoy en la mañana día 27 de diciembre del 2009 un mensaje de la Biblioteca Popular de Gualeguay que lleva el nombre del gran Poeta Entrerriano y Argentino.

 Me informan de un ciclo  de cine que comienza el proxímo 15 de enero del 2010.

En buena hora llega a los jovenes y ancianos de esta bella ciudad, un elemento más de la cultura.

 Esperemos que se haga en forma permanente todos los meses del año, con ciclos de cine frances, canadiense,  italiano, argentino, sueco, colombiano, mexícano y  venezolano. Para los cuales seguro estoy los Agregados Culturales, de los respectivos consulados en cada embajada de Buenos Aires, aportarán sin duda algúna el material a mostrar. 





Ya estaremos vistando la Biblioteca para esos días y noches de alegría y asados extraordinarios  y poder reunirme  con viejos amigos de Paraná y diferentes ciudades del Estado de Entrerios.

El mensaje enviado a mi correo personal es el siguiente.


Durante el mes de Enero llevaremos a cabo el ciclo "Noches de cine", en la planta baja de la Bilioteca Popular "Carlos Mastronardi". La entrada será Libre y gratuita.
A este mensaje se adjuntan las sinopsis de las peliculas y detalles. Desde ya se agradece  que se pueda seguir difundiendo el presente ciclo, y esperamos poder contar con vuestra presencia y sugerencias.
                                                                

                                                                          Noches de cine            
en la
Biblioteca Popular”Carlos Mastronardi”
 
 
Viernes 8 de enero
22 horas             
             “El secreto de tus ojos”
 
Viernes 15 de enero
22 horas                                                                 
  “Los hombres que no amaban a las mujeres” 
 
Viernes 22 de enero
22 horas            
      ¿Quieres ser millonario
 
Viernes 29 de enero
22 horas         
 
  “La lengua de las mariposas”
 
Entrada Libre y Gratuita
Planta Baja de la Bilioteca Popular
  

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mercedes Sosa y Shakira

 Un saludo y abrazo de máxima solidaridad para Todos y Todas..Allí les dejo este video esperando  les guste y lo disfruten .


Carlos Echeverry Ramirez
fitofeliz@hotmail.com

sábado, 29 de agosto de 2009

Carlos Echeverry Ramírez--Colombia


Crónicas de Barcelona ISBN:0-9683701-2-8
Reservados todos los derechos de Autor ante CIPO Y WIPO
Carlos Echeverry ramírez-Colombia


Fragmento


Y todas estas palabras ya lejanas para muchos y los dos en este momento. Y así la vida tuya y la nuestra se les fue y se nos fue, se nos fue... de las manos, escuchando palabras y sonidos en monólogos durante tantos años pasados, ¿recuerdas amor?, esas palabras son sólo palabras, y que hoy forman la parte triste de aquello llamado: El olvido.

Algunas veces que él bailaba entre ellos quería en esos momentos eternizar para todos y para ellas, en la habitación de la reunión en Barcelona esos segundos en los cuales nos sentimos dueños del mundo.
Cuando nada nos importaba.
Que ellas recuerden cuando eran unas Diosas Divinas.
Unas de las más bellas entre las bellas.
Y que los aplausos y la admiración los recibían por doquier.
En todas partes.
Y sobre todo en las grandes pasarelas y desfiles de la moda efímera llenas de luces y flash. En los grandes recintos académicos de las universidades de Boston, París y Barcelona. En Londres o Singapur las ovacionaban igual que en Caracas o Berlín y en Bogotá, Río o en Madrid, Rosario y Ámsterdam y Ciudad de México o Guadalajara.
Amor ausente, Amor mio recuerdas cuando escuchabas los aplausos de los poderosos y que al final eran sólo mediocres que te aplaudían sin parar y reías mucho en esas noches y en aquel entonces y eras la más bella.
Que ponías tranquilamente e indiferente el precio al mejor postor y como querías.

Que mirabas segura a todos los hombres, que los dominabas con tu mirada y que de todo creías tener el control.
Convencida estabas que podías Conquistar el Mundo y tenías a tus pies todo, donde y cuando lo querías.
Y que sin esconderlo decías al hombre de turno casi en llanto y al final de la noche en medio del licor y la marihuana y la Heroina y bajo las luces de neón o en las habitaciones en penumbra llenas de espejos: "Sólo te pido que me quieras un poquito".
Era lo que le decías desesperada implorando por el amor ..
.En esos segundos eternos en ese instante cuando susurrabas al oído, al nuestro, al de todos ellos, y más que todo aquel que no has podido olvidar nunca, nunca: el mío.
Tu aliento, tu risa al amanecer como murmullos alegres, y escuchábamos el trinar de pájaros con la aurora, tu sangre, nuestro hijo... aquel que pudo ser y nunca lo fue.
"Te quiero más que nadie en este mundo", le decías al hombre aquél cuando hacías en ese entonces tu tesis de grado.
Recuerdas cuando juntos besábamos el universo en noches alegres de amaneceres suaves y tibios con olor a guayaba.
Allá en la ardiente llanura de la vida.
Tu vida, la nuestra, la vida de todos en este mundo.
Y que ya hoy en día es tan solo dolor y llanto en tu vejez y en la mía.
Cuando también creían ellos dos juntos y solo los dos en medio del canto de las cigarras y los colibríes al mediodía y debajo de los siete gigantescos palos de mango del patio de tu casa, allá en la pampa y el litoral los dos en medio de besos ardientes y lunas llenas en la noche corta, creíamos equivocadamente que el amor era eterno.
Que me serías siempre fiel, antes que él.
Y que al oído le decías con ternura: Seré siempre tuya amor... Le hiciste creer que íbamos a ser jóvenes y bellos y que los amaneceres eran siempre nuestros.
Lo abrazabas y me hacías sentir dueño del mundo.
Lo besabas todo íntegro y le decías: todo lo tuyo es mío amor, y lo mío era todo tuyo.
Así lo hacías sentir y te creí ciegamente como un niño.
Le hiciste soñar en que todo era nuestro.
Que por estar juntos merecíamos todo y nos apropiábamos de todo y del mundo como si fuera nuestro también y sin tener la suficiente madurez y conocimiento, experiencia y sabiduría, para adueñarnos de la brisa con sus atardeceres rojos en la llanura.
Sin pensar más en todo lo anterior de su vida, amor, mi dulce amor, por qué ahora que está bailando lentamente y que el cuerpo ya no le responde por los dolores y su rigidez, y que está desdentado y lleno de arrugas, viejo, calvo y que sólo quiere decirte con alegría en su cara, esa que es tu cara también y fue la nuestra, la de ellos, la de nosotros y con sus risas y besos compartidos y alientos tuyos y míos, y que es la vida de todos los aquí presentes en la habitación mía, en Barcelona y en este mundo.
Tu mundo, el de tu madre y tus hermanos...y tu familia. Quiere decirte que sólo le quedan las ilusiones de aquellos días cuando lo pusiste a soñar como un niño en un mundo mejor.
Un mundo más justo y más solidario para todos los hombres, mujeres ancianos y niños de este mundo.
Le enseñaste a construir un mundo sin hambre y sin miseria y me enseñabas a soñar y amar un futuro para los dos.

Para todos, para todo el mundo entero. Le enseñabas a querer el amor en los amaneceres que eran fríos y sólo teníamos un colchón viejo en el piso y cuando todavía no le habían robado las ilusiones y creía en ti. Y todos los presentes en esa habitación de la pensión en Barcelona creíamos en ti. En ese mal llamado Amor... y en el mundo y en la justicia que nos rodeaba.
Creía en ti.
Cuando era más joven y todavía te esperaba.

Esta noche amor, mi amor de la llanura con amaneceres con olor a fruta dulce y arenas ardientes, cuando quizás nadie te espera... tú, una anciana igual a ellos, y por allá lejos muy lejos de mí y de nosotros aquí pensando y deseando que tu vida y la de ellos no sea dura... Ancianos cuando nadie nos espera ya tampoco ni en ningún lugar y que sólo nos espera la muerte como a todos los ancianos que he conocido y por los otros que cotidianamente comparten conmigo esta habitación y esta fiesta de despedida a ella, hoy en día en esta noche y únicamente esperando la muerte, cada noche es una despedida y un Canto a la Vida y un rechazo total a la ilimitada violencia que existe en este mundo.

Una protesta a este injusto mundo.

Un llanto desesperado de alegría por estar con vida en este día.

Continua...

Reservados todos los derechos de Autor 

Carlos Echeverry Ramirez
fitofeliz@hotmail.com
www.carlosecheverryramirez.org

jueves, 23 de julio de 2009

Malditos Fusiles....Carlos Echeverry Ramirez(Colombia-Canada)





Carlos Echeverry Ramirez
Reservados Todos los derechos de Autor ante CIPO y WIPO

fitofeliz@hotmail.com

Fragmento de: Nuestros perros ladran en el libro de Compartiendo Alboradas

ISBN: 978-148939757119

Y mientras escuchábamos Carmina Burana, los perros volvieron a ladrar en forma desconocida.

-¡Dios mío, otra vez los hombres armados!

Me dije, mientras caminaba la larga distancia de la sala, con sus hamacas, a la entrada de la casa.

Decidido y sin arma alguna abrí la puerta.

¡Qué gran sorpresa me llevé!

Allí estaba una anciana cuyo aspecto me era conocido.

Con cabello blanco, nariz aguileña, ojos grises y mirada inquisidora.

A pesar de lo tarde de la noche y de su mirada, la cual me puso muy nervioso, amablemente la saludé y le pregunté:

-¿Señora, en qué puedo ayudarla?

¡Muchísimo!, Señor Cato, contestó con voz segura.

-¿Me permite entrar en su casa?, dijo muy pausada.

Al escuchar mi nombre me asusté.

-¿Cómo lo sabe?, me pregunté.

Por cortesía y respeto a su edad le contesté:

-Bien pueda, pase usted señora.

-¿En qué le puedo servir?

Le pregunté como habitualmente lo hago con toda la gente que conocía bien.

Después de sentarse en la sala se ensimismó y poco a poco empezó a mirar bien y con atención todos los rincones de la casa llenos de flores y en forma especial las orquídeas y azucenas que colgaban del techo.

En forma muy digna y apenada fue jalando su sencilla falda y cubrió bien las esqueléticas rodillas de su ya extenuado cuerpo.

Le ofrecí un café, los perros más tranquilos dejaron de ladrar. Después me excusé y fui a la cocina y cuando regresé con el café preparado Catalina, mi esposa, que ya había salido de la habitación al escuchar la algarabía de los perros, a esas horas no esperadas, estaba conversando respetuosamente con la anciana. Con curiosidad y mientras ponía el azúcar en su café le pregunté:

-Señora, ¿en qué podemos ayudarla?

La anciana, ahora con orgullo y mirando fijamente, me respondió:

Quiero que conozca Señor Cato, que yo soy la mamá de María… La mujer que sufrió un accidente con usted.

Vengo a decirle lo siguiente:

El dinero que esos hombres armados le robaron

¡Jamás tuvo mi consentimiento!

Yo nunca supe de ello, ni María tampoco.

Nosotras dos, ¡No somos así!

Las únicas mujeres de la casa, ¡No hubiéramos aceptado ese chantaje!

¡Porque un accidente es un accidente!

Y usted no tuvo la culpa de lo que pasó ese día.

Esas son cosas que trae la vida y hay que tomarlas y aceptarlas así.

La anciana respirando profundo tomó otro sorbo de café, despacio y con la mirada penetrante recorrió lentamente toda la casa, sus rincones y sus plantas epífitas, mientras yo intrigado la observaba.

Finalmente suspirando y con una larga exclamación dijo:

¡Ah… Señor Cato!, para ese tipo de accidentes los ricos nunca pierden. Para eso tienen sus compañías de seguros.

-Perdón señora, yo no soy un hombre rico, ni creo que algún día llegue a serlo, no me interesa.

La señora de forma extraña empezó a decir unas frases incoherentes que me dejaron aterrado.

-Y que midiosito santo no me castigue por maldecir.

Yo nunca he querido ni he aceptado la moral de ese demonio maldito llamado en estos tiempos modernos ¡el dólar!

Ese dólar maldito que tanto daño ha causado a nuestros pueblos con esa cultura de Satanás. Dólar del diablo, dólar maldito, maldito sea.

Yo sólo venía a pedirle algo muy especial y sencillo a ustedes dos.

Y no sé si usted pueda y quiera.

Pero... como nosotros, ¡no tenemos una máquina de coser!

Pensamos María y yo que usted, entre sus amigos ricos y conocidos, quizás me puedan ayudar a conseguir una maquinita de coser a un precio cómodo.

Señor Cato, y ¿por qué no?, y ¡mejor!

¡Que me la vendan para pagarla a placitos! ¡Así no le debo favores a nadie!

-Yo me quedé aterrado y estupefacto con lo escuchado y sugerido por la digna anciana de ojos grises.

Mientras salía de la grave perturbación de revivir todo lo pasado en esa amarga y dolorosa experiencia del accidente y el terror que sentí cada segundo que estuve recogiendo a María en el lugar del accidente y luego en el hospital y después con los hombres armados listos para asesinarme respiré profundo dos veces, me fui al baño para orinar y después al regresar me serví un trago de whisky doble.

Así, impávido, y todavía sin creer lo escuchado, le pregunté a la señora anciana -dígame señora, ¿María cómo está?

Después de un contagioso y largo silencio, mientras la anciana se concentraba mirando todo a su alrededor, las niñas de sus ojos se le escapaban entusiasmadas, contentas y llenas de alegre vida otra vez y, tal vez, como en los años felices de su remota infancia en un pueblo de esos del oriente de la Antioquia grande.

La digna anciana con sus huesudas manos se arreglaba, de nuevo, el largo de la falda, para respondernos pausadamente y muy serena, dando fabulosos brincos entusiasmados en la expresión de sus ojos, ahora, de niña pura.

-María está muy feliz.

-¡Es todo lo que les puedo decir!

Y se quedó de nuevo unos interminables segundos en silencio esta vez mirando al Tao, mi perro favorito.

-¡Sí, Sí, María está ¡muy feliz! ¡Muy feliz!

Sorpresivamente dijo: -Señor Cato y usted señora Catalina, me duele mucho lo que les tengo que contar, pero... Si supieran cómo recuerdo aquella noche...

Y la señora se quedó en silencio ensimismada otra vez y yo más sorprendido cada instante que pasaba con esta anciana extraña. Por lo mismo y sin pena alguna y al escuchar lo narrado, le pregunte:

-¿Cuál noche? Haber Señora por favor... cuéntenos.

-Esa noche aquella, larga e inolvidable noche, en que mi querida hijita perdió su bebé.

Era una noche bella de luna llena, y qué bien que la recuerdo.

Era una noche muy extraña también, porque ese día las cigarras cantaron como locas y en todas las horas de la tarde.

Ese día y como cosa extraña me sentía muy sola. La noche y los vientos de ese amanecer eran tibios y húmedos, normalmente son fríos y secos, también había bello trinar de pájaros y en la aurora la atmósfera olía a mango dulce y recuerdo muy bien, como si fuera hoy, cuando María me despertó.

-¡Mamá, Mamá!, esas palabras y lamentos de un llamado de hija a la media noche y como si esas voces angustiadas y lamentos que parecían eternos en esos instantes fueran nacidos de esa misma oscuridad, y como la brisa que me acariciaba me causaron una angustia enorme y un pánico y miedo que nunca había sentido.

La anciana para de hablar. Catalina y yo la mirábamos con el Alfredo, todos aterrados con el relato, ella miraba de vez en cuando las azucenas y orquídeas que cuelgan del techo de la sala.
Hace una pausa, nos mira y luego continúa el relato.

-Sí, a las tres de la mañana, más o menos, escuché:

¡Mamá! ¡mamá, por amor a Dios, por favor ayúdeme!

Asustada corrí donde ella, llegué donde estaba, y la vi entre las sombras y en la penumbra de la noche con la tenue luz de la luna que entraba por la ventanita del cuarto.

Allí la encontré tratando de levantarse de la cama y apretándose desesperada el vientre con las dos manos.

Yo con mi experiencia de todos estos años vividos y con siete hijos muy bien paridos pensé...

¡Ay! ¡Mi pobre hija va a perder el bebé! Y más corrí hacia ella.

Después, apoyándose en mi brazo y con Juan sosteniéndola por el otro, logramos salir del rancho caminando a través del patio para llevarla a la letrina. Teníamos a la luna iluminándonos y quizás como único testigo.

-Mi vida, mi amor, tranquila aguanta, ya todo pasará. Le decía yo cariñosamente. Cuando de un momento a otro...

¡Ay Dios mío! ¡Dios mío!, se le vino el fetico en medio de una gran hemorragia, ella, muy valiente, valiente y no sé cómo hizo, lo alcanzó a agarrar antes que cayera al piso.

La anciana levantándose de la silla camina un poco y nos explica todo lo sucedido esa noche por medio de gestos con las manos y angustiosos cambios de expresiones en la cara.

-Ella, María, mi hija, mi primera hija, lo alcanzó a coger entre sus piernas con sus delicadas manos y segundos más tarde, llorando a gritos al infinito en medio del dolor que sentía me dijo con sus palabras entrecortadas y convertidas en la dulce brisa de aquella apacible noche:

-¡Mamita! ¡Mamita!, tráeme ya y rápido el trapito de satín blanco y la toallita tricolor que tengo en el nochero.

Yo, una anciana ya...

¡Míreme! mírenme todos, Señor Cato y Señora Catalina, me llené de ¡dolor, sí de dolor, de dolor!, y llorando, llorando con un dolor de madre desconocido para mí hasta ese día y hasta ese entonces de todos mis largos días de esta amarga vida, y sintiendo el dolor infinito de mi hija, regresé corriendo rapidito con la luz de la luna al rancho.

Adentro prendí la única vela que nos quedaba.

Y sacando el trapito de satín blanco y la toallita y con ellos en mis manos, estas manos, que usted puede mirar bien, ya cansadas de dar ejemplo de trabajo a todo el mundo, regresé a la carrera otra vez, donde mi hija María estaba y llevaba también en la totuma un poco de agua fresca con azúcar.

Al llegar me senté junto a ella y se recostó junto a mí, luego se lo di a beber con mis propias manos.

Llorando desconsolada mi pobre hija tomó el trapito blanco y la toallita, luego despacito, muy despacito, envolvió con toda su ternura y amor infinito el fetico ensangrentado con ellos.

Lo abrazó largos segundos junto a su pecho mientras lloraba desconsolada y miraba desafiante hacia la luna.

-La señora nos clava la mirada de sus ojos grises, y me dice:

No sé, de dónde, Señor Cato, hoy en día todavía me pregunto:

¿De dónde?, y con esa hemorragia que tenía y que mostraba la sangre en la batola de dormir mi hija.

Yo me pregunto a mis años de ¿dónde sacó la fuerza? ¿De dónde sacó esas fuerzas increíbles para caminar como una leona herida toda esa distancia, que hay desde el rancho… hasta el Jardín Comunitario?

Allá en ese lugar apacible del Jardín Comunitario, con sus propias manos y las uñas llenas de sangre, cavó con una de ellas un hueco en la tierra de unos veinte centímetros de profundidad; mientras sostenía en la otra, su fetico ensangrentado envuelto en el trapito blanco y la toallita tricolor.

Ella, mi hija, esa leona herida, con movimientos llenos de ternura y dolor sin límites, fue llevando lentamente el feto a su pecho por última vez en su vida.

Allí, en su pecho, con los pezones bellos, crecidos y tristes; esperándolo inútilmente para siempre, y observándolo todo, como testigos mudos e impotentes de su dolor ante el mundo. Allá, en el Jardín Comunitario, ella, mi María, lo abrazó largos instantes con todas sus fuerzas, y luego dando un envolvente e interminable grito celestial a todo este mundo invadido por la maldita violencia lo empezó a depositar muy despacito, muy despacito en la muy negra y siempre fértil tierra de estas majestuosas montañas y valles de la cruel y triste Colombia, mientras gritaba enfurecida a la luna y al universo su desgracia y su dolor.

Con el fetico ya puesto en la tierra lo empezó a tapar lentamente con sus manos mientras lo observaba y lo guardaba para siempre en su alma, mientras poco a poco la imagen desaparecía de este mundo por la tierra que ella iba poniendo encima.

De esta forma lo cubrió poco a poco con la negra noche y siempre grata tierra. Mientras seguía llorando desconsolada y mirando ahora como mujer y más desafiante que nunca, a su alrededor, a la luna y al triste mundo.

Yo la dejé por unos minutos y cuando regresé con más agua con azúcar en la mismita totuma me decía en medio de imparables sollozos -que me hicieron pensar que mi María se me había vuelto loca-.

-¡Mamá!, ¡Mamá!

¡Ya veraz cuando crezca!,


¡Será un hombre bueno y siempre útil a la comunidad!

¡Será un hombre que ayude a todo el mundo!, ¡sin egoísmos!

¡Será un hombre de Paz!

Abrazándola muy duro, y con todas mis fuerzas y sin encontrar la ternura y el amor suficientes en este infeliz y desgraciado mundo para calmar su dolor logré sacar de la inmensa rabia, frustración y odio que sentía en esos instantes para escasamente también decirle en medio de mi llanto y llena de nuevo coraje:

-¡Mija, mi vida!, tus lágrimas ya humedecieron para siempre la tierra que el hombre nuevo en Colombia y Latinoamérica necesita para crecer.


-¡Vamos, vida mía!, ¡vamos a dormir!

-Te lo suplico, María ¡ven mi vida!

No me respondía, era sólo sollozos.

Continua....


Barcelona - España

Octubre 7 de 1998

©2005-2013Carlos Echeverry Ramírez

COLOMBIA


www.carlosecheverryramirez.org


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lunes, 8 de junio de 2009

Juntos los Dos



Fragmento del libro: El último Viaje (aPrimera edición año 1996 Toronto-Canada)
Editado por Catonet Comunicaciones Grupo y Charrúa Editores
Juntos los dos

Carlos Echeverry Ramirez--ISBN: 0-9683701-0-1
Reservados Todos los Derechos de Autor ante CIPO Y WIPO


Juntos los dos

-Jóvenes, usted señor Cato, les quiero comentar lo siguiente:

Hoy mi cansancio es mayor que en muchos años anteriores y muchísimo más que cuando estuve en la guerra. Anoche estando acostado tranquilo, quizás como siempre, después que mi esposa Charlotte se fue a acompañar a Martina y su fiel perro, a la caminata habitual, hora en que el can hace sus necesidades y Martina recoge en bolsa plástica la mierda, yo me quedé leyendo tranquilo, acompañado de un Cherry semiseco y las melodías del violonchelo de Pablo Casals.

Cansado, por el duro trabajo del día anterior, dejé el libro sobre la mesa, fui a mi habitación y al entrar en ella puse el termostato en dieciocho grados, desnudo me metí debajo de las cobijas; allí en la comodidad de la cama y después de poner mi postiza dentadura en su medio adecuado y colocar mis anteojos encima de la pequeña mesa de noche, apagué la luz de la lámpara de leer y dormí sin problema.

No sé cuantas horas habían pasado, cuando en el silencio y oscuridad de la noche, escuché ruidos muy extraños al exterior de la alcoba, exactamente en las escaleras; eran unas risas escandalosas y palabras desconocidas por mí. Yo, un hombre que habla el latín, me asusté y sorprendido me senté a esperar el fin de lo que escuchaba, sin tratar de hacer juicio alguno.

Consciente estaba de que Charlotte, mi querida esposa no había llegado, ya que varias veces toqué el lado de la cama donde duerme y no la encontré, lo cual me causó mucha angustia; así, lentamente, los sonidos terminaron de subir las escaleras y finalmente entraron en la habitación...

Observé, cauto y desconfiado, entrar una sombra amorfa, un bulto grande moviéndose con dificultad; con mis cansados ojos de anciano no podía tampoco distinguir qué era, sólo escuchaba las risotadas escandalosas, las palabras enredadas y un fuerte y marcado olor a alcohol.

Nervioso, dudé de mis actos y pensamientos, creí momentáneamente que era una mujer de vida alegre y numerosos clientes que se había equivocado de casa y aposento; como pude, a tientas de ciego y en la negrura de la noche busqué mis gafas, para poder prender la pequeña lámpara. Después de hacerlo y para mi gran sorpresa encontré a ¡Charlotte!

Sin creerlo ni aceptar, la encontré tirada al extremo de la cama, ¡Mon Dieu! ¡mi esposa! ¡¡La bióloga!!, la directora por treinta años del famoso coro de música sacra en la conocida iglesia luterana de Ginebra, la mujer maravillosa, ¡Quelle horror! , la madre de mis cuatro hijos estaba ahí, tirada al extremo de la cama, ¡¡completamente borracha!! hablando en un idioma incomprensible, riéndose y actuando, como nunca antes en nuestra apacible vida y después de cuarenta años de casados, a estas horas de nuestro matrimonio y en el cenit de nuestras vidas.

Traté de encontrar la causa de este inusual estado en ella, después de tantos años compartidos, desde aquellos en los que yo iba o ella venía al pequeño jardín al frente de la facultad a esperar que terminaran nuestras labores académicas en la universidad. No supe que pensar.

Estimados señores y usted señor Cato, no sé que decirles o como expresar lo que sentí en ese momento.

Recuerdo que tuve un inmenso vacío, una ahogadora tristeza, solté una irónica risa, un débil entusiasmo y una rabia pasajera, y también todo aquello que puede un hombre de mis conocimientos y jerarquía experimentar, en esos segundos al ver a su querida esposa en esas lamentables, terribles e inaceptables condiciones.

Horrorizado de ver a mi Charlotte en esa situación, con voz angustiada, sintiendo una punzada fortísima en mi débil corazón y dolor en mi brazo izquierdo, le pregunté:

-Charlotte, mon amour, mon Dieu, ¿Qué te han hecho?

Atónito y horrorizado, la observaba.

Ella poco a poco, organizó sus desvariados pensamientos en medio de risas desconocidas, con ternura abrasadora y en una voz jamás escuchada en todos nuestros largos años de nuestra feliz relación, me dijo:
-”Freddy, mi amor, ¡mi tesoro!, ¿Recuerdas anoche cuando vino Martina con su perro a que la acompañara a caminar?... Muy bien, las dos nos fuimos conversando, mientras el can buscaba un lugar verde donde hacer sus necesidades. Conversábamos de muchas cosas, de ti, de Teodoro; charlábamos acerca de nuestros hijos, de sus alegrías y frustraciones, de las duras dificultades que enfrentan aún con todos sus títulos académicos para encontrar un trabajo estable y bien remunerado; dialogábamos de nuestras cosas de mujeres y que muchas veces o casi siempre son muy diferentes a las que los hombres hablan entre ellos; analizábamos también con impaciencia lo poco que podemos hacer o que se nos permite por ustedes para mejorar el mundo; tristemente comprendíamos lo mínimo que es aceptado y con escasa alegría recibido por los hombres para hacer más solidario el bien común.

Caminando las dos solas, apartábamos con nuestros bastones las hojas caídas, que anuncian el fin del verano, acompañadas mentalmente, por aquello que hemos creado, es decir nuestros hijos. Martina iba muy preocupada y yo, meditabunda, llevaba en mí algo que no te he dicho en los últimos años: sentía una creciente ansiedad de ver lo trágico que sucede en el mundo fuera de nuestros vecinos, en otros países y regiones. Llevaba tristeza y frustración, de ver lo poco que puedo hacer para cambiar lo que escucho en todos los lugares que tú, como hombre, no frecuentas, no escuchas, no entiendes, no quieres aceptar ni escuchar y que quizás jamás comprenderás.

Martina y yo sorpresivamente, escuchamos a lo lejos, en el Parque de la Esperanza, unos rumores de tambores como africanos, unas guitarras, unas trompetas, flautas, lutes de Persia, bandoneones, maracas de Sur América, acordeones, trompetas, tiples, guitarrones y unos violines gitanos de Hungría y Rumania. Nosotras, como bien tú sabes, somos curiosas y dueñas de una intuición, que ustedes no tienen; ansiosas apresuramos el paso y fuimos a ver qué era esa música tan bella, esas melodías con una sensualidad envolvente que ahora escuchábamos en el mismo parque al cual íbamos tú y yo, cuando éramos jóvenes y nos sentábamos a conversar del futuro, de nuestros sueños e ilusiones. ¿Recuerdas mi amor, mi tesoro?

¡Freddy, escúchame! ¡Escúchame_!

Al llegar al parque, Freddy, mi amor, encontramos unas mujeres y hombres extranjeros de pelo azabache con ropas llenas de colores, con todos sus niños cantando al son de la música y bailando en una armonía, en un ágape que jamás yo había presenciado en Europa.

Fuera de nosotras, estaban muchas parejas conocidas, había varios ex colegas y ex alumnos tuyos de la Universidad, las parejas y los vecinos nos quedamos quietos y perplejos presenciando esa reunión, una fiesta llena de amor y de fraternidad.

Martina y yo, dos mujeres ya viejas y feas, como dos ancianas esperando sólo la muerte, sorpresivamente nos encontramos, igual que los otros, en la mitad de ese pequeño carnaval.

Continua...
en Toronto Diciembre 28 del 1996

Dia de los Inocentes....

Carlos Echeverry Ramirez--- Colombia
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Reservados todos los derechos de autor ante CIPO Y WIPO

Carlos Echeverry Ramírez(Colombia)

www.carlosecheverryramirez.org

fitofeliz@hotmail.com